Navegando entre los cajones, encontré una lata con fotos antiguas, de cuando los rollos funcionaban de memoria y los álbumes eran palpables. Entonces, me sumergí en los recuerdos: el viaje a Paracas, una ‘Feria del Hogar’, mi niñez en Ventanilla, la fiesta de promoción, entre otros más conmovedores y una pizca de vergonzosos. En fin. Revivir es hermoso.

Conversé con papá sobre una en especial. Estaba él con un director de cine. La foto era amarilla, debía tener unos 30 años guardada y tenía una esquina algo rasgada, producto de una mala maniobra. Papá llevaba una libreta, un lapicero y estaba en su parada habitual donde apoya su peso en una pierna. Eran sus primeros años en el periodismo. El inicio de una carrera ejemplar.

Compartí algunas otras con mamá. Nos reímos de su cabellera frondosa, que debió ser el terror de muchos peines. Recordamos las tardes dándole comida a las palomas en el Centro de Lima y las fiestas de Navidad pasadas, donde si me daban ropa lloraba por horas (ahora acepto hasta las medias).

El premio gordo fueron las fotos de colegio. Las fotografié con el celular y las compartí a otros compañeros. Risas. En minutos, cada una se convirtió en un sticker para WhatsApp. Poses absurdas y muecas extrañas. Pantalones anchos y polos largos. Barbas incipientes y peinados escolares. Guardé algunas: serán material valioso, armas para futuras bromas y conversaciones.

Abuelos, tíos, hermanos, primos, amigos, conocidos, famosos. Playas, parques, campos, canchas de fútbol, salones, buses. Sonrisas, llantos, abrazos, gritos de alegría, enojos. Todo en un álbum dentro de una lata guardada en un cajón. Y siempre estuvo acá, en casa. Y yo siempre estuve allá, afuera.

Veo una foto, veo otra, y los recuerdos me permiten acercarme a los míos, y revivir aventuras, y prometernos repetirlas cuando esto pase. Este es el punto medio, de lo que fuimos y lo que queremos ser. De pronto, me doy cuenta que el amor no está en cuarentena. El cariño tampoco. Menos la amistad y la creatividad y la unión. Hasta la esperanza es libre.

Entonces, agradezco este momento, este respiro, este punto y aparte. Porque mi cuerpo puede estar acá, encerrado en cuatro paredes, atrincherado y lejos de la sociedad que hoy representa peligro. Pero, ¿por qué mi alma debe estar acá también, en este encierro? Y qué puedo decir de mi corazón, que no deja de amar y tampoco dejará de hacerlo.