El grito fue tímido, endeble, domesticado. Un grito que nació meses atrás, robusto y contundente... endiosado, pero que la mano firme de la realidad fue moldeando al ritmo de la coyuntura para terminar en esto. En la perpetua costumbre de alborozo efímero, la sonrisa breve y esa deformación de la alegría que solo la certeza de la frustración inmediata puede generar.
Pizarro nos dio esa ofrenda conocida, el sabor del pan que, de manera indefectible, se nos terminará quemando en la puerta del horno. El gol lindo que no vale nada, la ventaja sobre el gigante que, sin importar lo que pase, cerrará la noche aplastándonos. Más de lo mismo... Grito que nace para callar.
La historia del equipo que todo lo merece, pero nada obtiene, el consuelo burdo de la cantera de hinchas, del constante aliento, de la falta de peso, de la mala suerte. Un discurso que hoy ya nos sabe a nada. La tristeza manda.
Cuestión de tiempo
Parecía el último capricho del destino, darnos el privilegio de poner contra las cuerdas al amo y señor de la Eliminatoria. Edwuin Gómez habilitaba a Claudio y este la sombreaba para la ventaja peruana. Era el gol de la transición, la sesión de posta, el contacto entre la vieja escuela y la nueva generación. La pintura era buena y la calidad del gol le puso brillo al mensaje.
Pero esta vez la ironía duró poco, el sarcasmo no se ensañó con la blanquirroja. Solo dos minutos duró el espectáculo, porque Lavezzi dio certezas con el empate y diez minutos antes de que se vaya el primer tiempo dejó claro todo con la remontada. Nos soltó el secreto a voces que todo el Perú domina. Es entonces que la mirada hace lo posible por desviarse, uno quiere apagar el televisor, pero, en el fondo, no es un deseo, sino más bien un acto de respeto, de salud mental. Mucho de romance hay en esa patética costumbre nuestra de esperar algo más. Visto con otros ojos somos un tema rico de estudiar, lamentablemente la camiseta no nos la podemos quitar.
El tercer gol argentino... habría que permitirnos la licencia de no comentarlo, pero cumplamos con consignar que Rodrigo Palacio lo marcó.
Queda poco que decir, cada vez restan menos ánimos. Saludable no sería pensar en los jóvenes que, mal o bien, asumieron el reto de bancarse este contexto. Lo acertado sería intentar hacer algo para dejar de leernos el mismo libro cada cuatro años, porque canteras hay y no solo de hinchas, lo que nos falta es una cantera, pero para los que están arriba.