Dos acciones al borde del descanso, un gol de volea de Saúl Ñíguez y un penalti parado por el esloveno Jan Oblak al mexicano Andrés Guardado, provocaron un triunfo esforzado del Atlético de Madrid ante el PSV en su estreno en la Champions League de esta temporada.
Una victoria más transcendente de lo que dicta este momento del torneo para el Atlético de Madrid, la primera jornada de la Champions League, porque es fuera de casa, porque el PSV es un rival exigente y porque tres puntos de principio en una fase que pone dieciocho en juego son ya al menos un cuarto de camino hacia los octavos de final de la máxima competición continental.
Sobrevivió el PSV porque Jeroen Zoet se cruzó a un balón ante el brasileño Filipe Luis, pero también el Atlético de Madrid, porque el árbitro inglés Martin Atkinson anuló un gol a Luuk de Jong. Si entendió falta en el salto previo del mexicano Héctor Moreno, fue riguroso; si vio fuera de juego, falló en su decisión.
Un alivio para el Atlético de Madrid mientras gesticulaba una y otra vez en la banda el argentino Diego Simeone. No le gustan al técnico estos duelos que se mueven en el descontrol, de un lado a otro, sujetos más a lo imprevisto, a lo individual o al contragolpe que al despliegue colectivo, con las consecuentes oportunidades.
Fueron minutos también de zozobra defensiva, de los que el Atlético de Madrid salió airoso, porque encontró el gol en el minuto 43, en una volea bonita y certera de Saúl Ñíguez tras un saque de esquina y tres rechaces, y porque el esloveno Jan Oblak irrumpió de forma decisiva al borde del descanso, para estirarse y repeler un penalti lanzado por el mexicano Andrés Guardado y cometido por Giménez sobre Luciano Narsingh, una amenaza siempre por su velocidad y habilidad.
Un momento clave y una reivindicación del guardameta en los lanzamientos desde los once metros. Un punto débil que le achacan sobre todo a raíz de las dos tandas del pasado curso en el torneo, una con el PSV y otra en la final con el Real Madrid, pero que no lo es tanto. Hay dos ejemplos recientes: el penalti que despejó ante el Bayern Múnich en Alemania o la estirada de este martes en Eindhoven.
Sin la primera de ellas, el Atlético de Madrid no habría avanzado la pasada campaña hasta la final de Milán; sin la segunda, la de hoy, no habría llegado al intermedio en ventaja ni habría encontrado el panorama favorable que le permitió ir por delante en el marcador y jugar con esa circunstancia en la segunda parte del duelo.
Mientras el francés Kevin Gameiro, siempre perseverante en la presión, el desmarque y la intención, perseguía el gol sin éxito -fue sustituido después por el belga Yannick Carrasco-, mientras Tiago Mendes entraba por Nico Gaitán y mientras el partido decaía en ocasiones, el Atlético se sintió minuto a minuto más consistente, sólo alterado por algún remate esporádico sobre su portería.
Ya se jugó más a lo que quería el conjunto madrileño. Nada de contragolpes del bloque holandés, más tiempo para la posesión, más espacios para correr hacia arriba y, por fin, una sensación más o menos de control del Atlético de Madrid, ganador en Eindhoven por Saúl y Oblak, los protagonistas de un triunfo valioso en Eindhoven.
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