A fuerza de encontrar un cambio que nos aleje del camino del fracaso constante, el hincha ve en esta selección peruana remozada la posibilidad de un inminente y añorado renacer futbolístico. Es verdad que las condiciones permiten avizorar una revolución que, de manera impostergable, debe ir de la mano con un resurgir en las principales instancias que manejan el deporte rey en nuestro país. Lo jugada hasta ahora en la Copa América Centenario ya nos permite un análisis al detalle.
ESCRIBE: JUAN CARLOS GAMBIRAZIO
Sin embargo, es importante reparar en un punto de inflexión para prever lo que puede ser el futuro de la selección peruana en base al grupo que, hoy por hoy, nos representa en al Copa América Centenario. La selección tienen la misión y responsabilidad de expectorar esa propensión a la fatalidad, aquel estigma que, en palabras de César Vallejo reza: "Esos golpes sangrientos son las crepitaciones de algún pan que en la puerta del horno se nos quema".
La tentación del fracaso parece una tara arraigada desde hace buen tiempo en nuestra propuesta futbolística y, más allá de una serie de reestructuraciones que exigen todo cambio radical, cabe hacer hincapié en ese punto que parece acompañarnos desde siempre en la selección peruana.
Podría atribuirse todo el fenómeno a una falta de concentración que influye de manera directa en la incapacidad para sostener una ventaja, sin dudas hay mucho de eso, pero también resultaría facilista y hasta mezquino reducirlo todo a ese simple detalle. El problema con Perú va mucho más allá de eso, a nuestro modesto entender.
Se trata de un problema social; la incapacidad de mantener el éxito, o de estar camino a él y perderse en se mismo camino, se sitúa en diversos escenarios de nuestro país. Pero aquí solo toca hablar del fútbol. Perú se acostumbró a fracasar y esa costumbre es, cuando menos, peligrosa. Es la tara a la que debemos renunciar con mayor ahínco y, en ese proceso, estamos llamados a participar todos.
La lectura a la que se tiene acceso en primera instancia es que en un partido como el que se dio contra Ecuador, nos vemos abrumados con un dominio inesperado. Es la verdad, y los miembros de esta selección peruana no tienen por qué quedar exentos de esta sensación, ellos crecieron con eso a pesar de que luchen por cambiarlo.
Celebramos los goles, los consideramos justos y responden a lo que en la cancha se puede ver, pero en cada gol tempranero, en cada dominio palpable surge la predisposición a que todo se derrumbe. Es decir, quedamos a la espera de que todo esto de lo que somos testigos se desvanezca y, nos guste o no, solo en esa circunstacia —cuando Ecuador nos empata y nos encasilla en nuestra área— alcanzamos un nivel de estabilidad conocida, un lugar común patético que, a fuerza de ser nuestro, nos genera comodidad. Nuestro semblante varía y adquiere el gesto adusto de siempre, el fatalismo en nosotros ya es bandera y cuando algo o alguien nos lo pretende quitar caemos en desesperación, nos descompensamos por más que esto nos beneficie.
Con la misma incapacidad que nosotros, como periodistas-hinchas, asimilamos el buen desempeño y el camino hacia el éxito, con esa misma distorsión puede que reaccionen nuestros jugadores. Se ven en ventaja, su efectividad es suprema, pero cuando la situación se torna demasiado buena, comienza en desplome, la falta de efectividad empieza a calar y esto, a su vez, hace que la potencial víctima crezca, ya que toma conciencia de una disfunción palpable y de la que debe echar mano cuanto antes.
Pasó ante Ecuador, pasó ante Haití, pasó en el debut de la Copa América pasada contra Brasil, pasó con Chile en esa semifinal de 2014. Es verdad que no siempre sucede, pero tampoco es un secreto que las victorias de la selección peruana suelen concretarse cuando no llevamos el dominio del juego, con goles solitarios o volteadas de partidos, circunstancias emotivas sí, pero que denotan que cuando Perú propone mejor en la cancha es cuando peor le va.
Esta situación nos hace desenvolvernos con destreza cuando Perú fracasa, tenemos las frases precisas aprendidas, la actitud presta para la crítica exacerbada porque los problemas son los de siempre y, por lo mismo, las críticas y los culpables suelen ser siempre los mismos. Somos mezquinos, lo llevamos en la piel, en la sangre. Cuando Perú gana con lo justo, como suele hacer casi siempre, destacamos la victoria pero nos centramos en la crítica de lo que se hizo. Cuando Perú lo hace todo menos ganar, el camino no difiere. ¿Cuándo fue la última vez que Perú ganó un partido paseándose en la cancha? Y nos referimos a partidos oficiales ante equipos de alto nivel. En lo personal, no guardo recuerdo de eso. Más bien me remontó a las Eliminatorias de Francia 98 cuando Argentina nos visita en el Nacional y los bailamos durante noventa minutos, solo nos faltó ganar... nada más.
O yendo más cerca, el partido también contra Argentina, también en el Nacional, esta vez por la clasificación a Brasil 2014. Dominio absoluto el nuestro, empate de 1-1. Argentina logró el empate en su único ataque. Ese día, cuando Markarián ingresa a la sala de prensa, fue recibido con aplausos. Esa, señores, es nuestra tara, parece que ganar fuera un plus y no el fin supremo.
Tenemos que empezar a creer en que también podemos ganar y cuando no lo hacemos no acostumbrarnos a ese estado porque se está convirtiendo en un pasivo terriblemente peligroso. Ver fracasar a Perú es la película a la que nos estamos habituando y eso nos va terminar matando.
La solución no es simple y menos todavía si se tiene claro que nadie posee la fórmula para solucionar algo así. Ricardo Gareca o quien esté al frente de la selección peruana, debe continuar buscando relevos, matando viejas malas costumbres, pero debe empeñarse en asesinar esa fisura elemental. Se debe erradicar el "No nos ganan" de una vez y para siempre, porque con que no nos ganen no nos alcanza.
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#CopaAmerica: El mensaje de Carlos Zambrano a la renovada #selecciónperuana https://t.co/FrPB7xabYI pic.twitter.com/WF5F5GzPgQ— Diario El Bocón (@elbocononline) 10 de junio de 2016