Una llamada de Christian Cueva por teléfono aparecía en el smartphone 2011 de este periodista. Lo había conocido en el Sudamericano Sub-20 en Arequipa, cuando el DT era el uruguayo Gustavo Ferrín y Carlos Ascues, Joazinho Arroé y ‘Coco’ Bazán, entre otros, eran sus compañeros. El pequeño volante de la Selección peruana quería defender a alguien y necesitaba que la prensa supiera que la FPF cometía una injusticia al pedir que jugadores y utileros devolvieran las camisetas y productos que utilizaron en el torneo, donde eran favoritos como locales, pero fueron eliminados en primera ronda. Con menos de 20 años, Cueva se expresaba muy bien y charlaba con propiedad. Con ese gesto se pintaba como un líder de su generación, aunque no llevaba la cinta de capitán.
Christian Cueva vivió en Huamachuco, el pueblo de José Faustino Sánchez Carrión, el ‘Solitario de Sayán’. Cada que puede regresa al lugar donde conoció la pelota que primero lo llevaría a destacar en los potreros y luego a hacerse famoso en Trujillo.
Wilson Fernández, colaborador de Correo en la Capital de la Eterna Primavera, cuenta en el 2015 que el volante de la selección peruana nació para el fútbol en Racing Club, club más conocido como ‘Las Águilas Huamachuquinas’ y en el que en 2015 jugaba su hermano Marcial Cueva.
Pero nada hubiese pasado si es que no se jugaba ese amistoso entre la selección infantil de Huamachuco y la Sub-20 de la San Martín, que dirigía Orlando Lavalle. Y a sus cortos 16 años, demostró que tenía buen fútbol y razones para triunfar. Al verlo jugar, el DT llamó a Alberto Masías, dirigente de menores del club de ese entonces y le dijo que había un niño al que había que reclutar, pero ya. Es así que el adolescente Christian Cueva fue invitado a Lima y su nuevo club, la San Martín, lo adoptó para formarlo hacia el profesionalismo. A los 17 años salió campeón nacional con los ‘santos’ y empezó a ganar dinero, algo peligroso en una familia en la que existieron siempre algunas privaciones.
Christian Cueva siempre volvió a Huamachuco a vacacionar, y tardó en entender que ese entorno no era el indicado para triunfar en la élite. Se demoró en identificar que en su tierra habían cosas nocivas que se reflejaron en el incidente del 2012, cuando jugando por Vallejo en condiciones ventajosas, habría sido visto de fiesta continua y fue dado de baja del club.
El fútbol seguía en sus pies y en caudales enormes, pero la inmadurez era un riesgo latente. Nadie discutía sus cualidades. Aníbal ‘Maño’ Ruiz se resistía a darle titularidad en la San Martín porque no quería que la fama y el éxito lo desubicara a temprana edad y por el carácter que siempre tuvo. ¿Y cómo era? Pillo, pícaro, popular, jodón. Solo había que ver su fútbol para contar con suficientes elementos y hacer un perfil psicológico completo. “Dime cómo juegas y te diré quién eres”, decía Pacho Maturana.
Si Christian Cueva era ídolo a los 18 años, no hubiese soportado el asedio mediático, la popularidad, ni la presión por resultados. Su gran amor por Alianza Lima tendría que esperar porque su representante, el polémico Ronald Baroni, lo llevaría a la Unión Española de Chile. Fue campeón y luego pasó al Rayo Vallecano de España, donde casi ni pisó la cancha. El 2013 y 2014 fueron deprimentes para él, que ya tenía 22 años.
En agosto del 2014 su vida daría un giro importante al volver a Perú y firmar por Alianza Lima, donde le pasó de todo: fue figura, hizo al equipo dependiente de su juego, pero era evidente su inmadurez. En una final contra Sporting Cristal, se peleó con el DT Guillermo Sanguinetti por opinar sobre el once que debía jugar y el charrúa lo mandó al banco. Se respetó el principio de autoridad, pero se perdió el campeonato porque esa noche a los ‘grones’ no les caía ninguna idea de la cabeza. Faltando poco ingresó Christian Cueva pero ya todo estaba consumado.
El pico de inmadurez de Christian Cueva fue la noche de verano del 2015 cuando Alianza fue goleado por Huracán en la Copa Libertadores e intervino en una discusión fuera del estadio con unos hinchas, aplicando un golpe a uno de los que lo insultaron y al día siguiente la barra fue a sonarlo a él y otros más, como Miguel Araujo y Víctor Cedrón. Les dieron duro. Continuó en Alianza Lima, pero con el repudio de la gente que dejó de observar al jugador para detenerse en el personaje. Todo se agudizó cuando jugando en Matute contra Real Garcilaso, fue uno de los cuatro expulsados que tuvo el equipo blanquiazul esa tarde, una semana antes de un clásico ante la ‘U’. Entonces a Cueva lo trataron de irresponsable e indolente para abajo. A muchos razón no les faltaba.
Pero llegaría el momento bisagra en la historia del hábil jugador. Y fue cuando Gareca, todavía con todo el crédito de la afición, prefirió a Cueva por encima de Cristian Benavente de la filial del Real Madrid para llevarlo a la Copa América de Chile 2015. Al DT de la selección peruana se le fue encima medio país por esa decisión que respetó que parecía un saludo a la indisciplina y una injusticia contra una carrera ejemplar. El técnico hizo lo que pocos: comparó juego, potencial y trascendencia en la cancha. Nunca sería lo mismo un jugador que ya pasó por la trituradora de vestir una camiseta tan pesada como la de Alianza, a uno que -más allá de un agradable talento- jugaba cada semana solo con los familiares en la tribuna.
Christian Cueva fue a esa Copa y lo primero que hizo fue hacerle un gol a Brasil. Luego vendrían actuaciones enormes, victorias y derrotas, pero fue el ‘Tigre’ quien le hizo entender que ni Lima ni sus escapadas a Huamachuco lo llevarían a triunfar en el fútbol. Entonces, ‘Aladino’ decidió marcharse y crecer como profesional en el Toluca de México y hoy en Sao Paulo de Brasil. Con Cueva no hay mucha ciencia que explorar: es muy buen jugador. Siempre lo fue. Hoy tiene la cabeza en su sitio, pero los pies son los que le dan de comer. Una receta mágica como su fútbol.
Escribe: Elkin Sotelo Conde
LEE ADEMÁS: