El cielo era más oscuro que nunca en Valencia. Hacía un par de horas que había caído la noche y los casi 30 grados en el estadio Misael Delgado parecían sofocar la frustración en su aliento. A 151 kilómetros al oeste de Venezuela, un muchachito de 16 años se escurría las lágrimas avergonzado y rabioso porque había perdido jugando al fútbol. Era Maradona. Veintiuno de abril de 1977, Perú derrotaba 2-1 a Argentina en su tercer cotejo por el Sudamericano Juvenil y le quitaba toda opción para clasificar al Mundial de Túnez de ese mismo año. La selección peruana eliminaba a la Argentina de Maradona. Dicen que aquella tarde, el chico de cabello ensortijado supo que la tristeza era más tristeza cuando su selección perdía. Maradona terminó frustrado. Algunos dicen que lo vieron llorar en la cancha, pero yo lo vi en el Convento, donde nos concentrábamos, el chico lloraba y lloraba, cuenta Abel Lobatón (padre), puntero derecho de esa selección. El técnico Marcos Calderón le había advertido a Poggi, si Maradona va al baño usted lo sigue al baño, Duglio asentía con la cabeza sin saber que se convertiría en ese partido en lo que Lucho Reyna sería el 85 para Maradona. Una pesadilla. La tarea de marcar a Maradona nos fue encomendada junto a Poggi y a Sato, dice el Huevo Adriazola y continúa: Yo era la primera marca, el que lo movía, luego seguía Sato que lo ajustaba más y ya el que lo tiraba al suelo era Poggi que lo partía feo pero sin maldad. Usted Poggy me lo tiene que dejar listo para enviarlo a la tribuna, le había dicho Marcos y Poggi obedecía, agregó. A Maradona ya lo habíamos visto jugar un día antes, ya sabíamos quién era. Nosotros fuimos a entrenar al estadio y él solito estaba metiéndole siete a un equipo de aficionados, ya se veía que era un gran jugador, un crack, dice Abel Lobatón. Ya desde ese entonces su manejador le decía Pelusa, toda la ropa que vestía era exclusiva y se robaba toda la atención de los medios, a los demás ni bola les daban, interviene el Huevo. En ese Sudamericano, todas las selecciones, a excepción de la anfitriona, se hospedaban en un retiro de monjas, una especie de convento multitudinario donde -vaya coincidencia- el segundo nivel era compartido por peruanos y argentinos. La Canonesa se llamaba, recuerda la Bruja Bonelli. Desde que llegamos nos veíamos las caras, al salir de las habitaciones a comer o tomar una gaseosa nos los cruzábamos en el pasillo, por eso cuando llegó el día del partido éramos buenos amigos entre todos, menos con Maradona porque él no se juntaba mucho, parecía muy tímido, muy reservado, narra Alfredo Honores, arquero de esa selección peruana. Nosotros le habíamos empatado 1-1 a Venezuela, nos dirigía Marcos Calderón, Lucho Zacarías era el preparador físico, teníamos un equipazo. Estaba Poggi, quien era el que más lo marcaba a Maradona, tipo Reyna. En la banca quedaron Illescas, Rey Muñoz y yo, cuenta el Loco Seminario. Argentina venía con Maradona como figura estelar, ya en Buenos Aires era portada todos los días, además estaban el Patón Bauza y los hermanos Alves. Marcos le dijo a todos que le metieran su chiquita, en especial a Poggy, Sato y a Adriazola. Era tan bueno el chico que fue impresionante el esfuerzo para marcarlo, ya lo habíamos presionado tanto que estaba frustrado, no podía hacer más de cuatro toques. Lo hicimos llorar, agrega Bonelli. Honores recuerda otra anécdota: Yo hasta ahora me río, cuando veía a Maradona tomar la pelota, le decía a mi defensa salta, marca, corre, ahí, ahí... pero cuando veía que Diego hacia su típico amague desde la mitad de la cancha para empezar a driblear a todos yo ya no dirigía más a mi defensa, sólo gritaba agarren a ese huev... porque era un loco para apilar a la gente. Había mucha picardía pero se jugaba mucho al fútbol. Los argentinos también eran duros y metían su patada, pero sin maldad, los más pícaros le jalábamos la truza y le mentábamos a la madre, pero igual, él no decía nada, Poggi lo tiraba al piso y Maradona se paraba calladito y seguía jugando, dice con admiración nostálgica la Bruja Bonelli. Chalaca era el más machetero, Postigo era rendidor y el Huevo tenía una zurda brava que sacudía, prosigue. Cuando el árbitro Oscar Scolfaro de nacionalidad brasileña dio por terminado el partido en el estadio Misael Delgado, las graderías casi estaban vacías. Los once de Perú sonreían por su primera victoria del torneo mientras los albicelestes -entre ellos Maradona- dolidos en su ego argentinísimo se enfilaban a la bronca. Adelante iba su técnico Rogelio Poncini. Después del partido Poncini estaba enojado, él pensaba que sería un partido lindo, depurado por eso cuando terminó el partido -ya eliminado- fue a buscarlo a Marcos a los camerinos para agarrarlo a golpes, enfurecido y ahí se armó el bolondrón, añade el Huevo Adriazola. Y la Bruja sentencia: Ya entonces para Maradona perder era la muerte, todos los amigos que hicimos en esa selección nos quitaron el habla, habíamos sido conpinches y ya no nos miraban porque para ellos ante Perú era una final y la perdieron, quedaron fuera. No lo vi llorar, pero de seguro pasó porque el orgullo los mata. Seguramente que Maradona murió por dentro esa noche. Su apellido ya sembraba el peso del mito en los pies, era Maradona. Y había perdido con rabia ante un generoso Perú. La historia le enseñaría a sufrir más veces. Esa sólo era la primera.