Los militares han tomado la ciudad con el fin de que los limeños cumplan con la cuarenta. Foto: Gonzalo Córdova / GEC
Los militares han tomado la ciudad con el fin de que los limeños cumplan con la cuarenta. Foto: Gonzalo Córdova / GEC

Por Renzo Morales

Entre risas, a mamá le bromeamos que su expediente médico es más grande que un libro de páginas amarillas, y que los doctores le han dado un carné, donde si junta cuatro sellos le dan una cita gratis. Sus pasos por el hospital, los últimos años, han sido recurrentes. Pero lo vemos por el lado amable y nos permitimos ciertos juegos. Ella sonríe. Todos sonreímos. Qué más da.

Por cuestiones del destino y como si se tratara de una novela romántica de guion simple entre ella y los hospitales: mamá trabajaba en uno. Llevaba años haciéndolo. Pero hace unas semanas decidió renunciar. No le iba mal, pese a que estaba agotada por las largas horas y la presión de recibir a gente poco paciente. A veces llegaba muy cansada y se quejaba, me compartía su sueño de ser libre. Pero hay lujos que aún no nos podemos dar: toca trabajar

Cuando el coronavirus llegó a Perú, ella se asustó. Mamá tiene las defensas bajas. Siempre las ha tenido. Además de enfermedades que prometí hoy no revelar. Ha sido operada, tratada. La he llevado con cachetadas y gritos a un hospital para que no cierre los ojos en el camino y siga aquí con nosotros. Mamá es, en pocas palabras, parte de la población de riesgo. Vulnerable. Pero trabajar la ayuda. La mantiene activa. La hace sentir despierta, con vida.

Su renuncia, entonces, fue por miedo, por temor a ser alcanzada por un virus que no tendrá piedad con su alma. Si solo el primer día, cuando se detectó el paciente cero, el hospital donde trabajaba fue un caos. Le prohibieron usar celulares y cada que podía, nos llamaba asustada. Era una película de terror y ella estaba en la zona de fuego. No lo dudó. Renunció a los dos días.

Hoy al desayunar, me contó que muchos excompañeros han dado positivo. Que algunos ya no quieren ir a trabajar, que la empresa está mal. Pero que la han llamado: una buena oferta, pago diario, que la necesitan. Discutimos y abandoné la mesa sin despedirme. Mamá gritaba a mis espaldas mientras yo desaparecía en la escalera que lleva a mi habitación. Nos hablamos fuerte, expectoramos esos sentimientos contenidos en 12 días de cuarentena.

Está angustiada. Teme que esto se alargue. Teme no encontrar trabajo en un mes o dos o tres, algo habitual para una persona de su edad. Se estresa en casa. Extraña sentirse autosuficiente e importante. Supera los días en estado de angustia. A veces deambula buscando qué hacer y nos pregunta si puede ir a comprar. Creo que todos llegamos a esa edad en la que los padres pasan a ser hijos, donde se les debe aconsejar con serenidad y corregir con firmeza.

Ya decidió no ir a trabajar. Nuestra salud es más importante. Ajustaremos un poco el presupuesto los meses siguientes, pero qué importa. Solo le pido al cielo que me siga dando vida para darle todo y no necesite estar en riesgo, y que con el paso de los años, nos sigamos riendo de su historial médico.

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