Ayer fue mi cumpleaños número 37. No hubo torta, ni reuniones con mis amigos en la terraza de mi casa como siempre lo hago desde hace tiempo. Solo saludos a través de redes sociales y llamadas de familiares, además de los abrazos efusivos de mis padres, mi hermano menor, mi pareja y mi pequeña hija. Con eso fui feliz. Son tiempos de cuarentena, y la rutina diaria siempre cambia. Hace una semana empecé a vivir situaciones muy duras, pero que sé que con el tiempo me harán más fuerte.

Por Gerardo Carpio

En pleno auge del Coronavirus en nuestra capital, perdí a mi perro. Tenía 16 años. Fue un duro golpe anímico para todos porque nos acompañó toda una vida. Lo enterré en el parque frente a mi casa. “Desde ahí los cuidará”, me dijo una prima de EEUU.

La vida te pone este tipo de pruebas, donde uno debe saber surgir. Así como los expertos explican que el coronavirus tendrá un pico alto y luego tendrá su decline, los momentos malos guardan esa similitud: uno llega a lo más profundo, pero luego toca resurgir.

Llevar a la espalda la conducción de un diario en tiempos de cuarentena no es nada fácil, pero tengo un equipo maravilloso que pone el hombro ante cualquier situación y hacen que las soluciones se presenten de inmediato. Eso me llena de FE. La que mueve montañas, la que hace soñar que esto acabará antes de lo pensado. No perdamos la FE. Como escuché hace días a un psicólogo argentino, debemos tener en mente que esto que vivimos no es para siempre, es temporal, que tiene un principio y un fin. Esperamos que este final sea como el de los cuentos de hadas. Vamos con FE.