Cómo no voy a quererte, . Realmente me lo pregunto, como imagino que todo hincha del equipo más grande de nuestra historia se hace a menudo. Si cuando veo tus banderas flamear, tus colores en el campo e incluso, ahora, escribiendo estas líneas, mi corazón se estremece, mi pasión se desborda y la alegría se abre paso ante cualquier obstáculo que el camino haya decidido colocar.

Por: Juan Carlos Gambirazio

Tu historia es rica, amplia, son noventa años de vida institucional, pero una eternidad de pasión, de arraigo popular. Naciste un 7 de agosto de 1924, por iniciativa de un grupo de jóvenes que fundaron la Federación Universitaria de Fútbol, pero tu existencia trasciende el tiempo y se instala en ese campo del infinito que solo el corazón y el alma pueden medir. Ese amor desmedido del hincha que nace con la toma sin razón, como el amor a la madre, el único verdadero, el irremplazable. Cuando tus colores abrazan, lo hacen para siempre.

Cómo no voy a quererte, si desde que tengo uso razón lo hago. Si me levantaste de la cama, incendiado en fiebre, con el golazo de Roberto Martínez en el 95 ante el rival de toda la vida. Ese gol que nos metió a la Libertadores y que fue una de las primeras noches de pasión que tu amor me dio y que me hizo comprender que estaba condenado a ti. Una condena dulce. Y como yo hay miles, cada uno con su momento, con su éxtasis personal, pero con un sentimiento en común.

Cómo no voy a quererte, si fuiste el primer tema que me interesó, el primer detalle que me empujó a mirar hacia atrás con auténtica curiosidad. Escarbar en tu historia, como buscando la mía propia. Y descubrir tiempos de hazaña, de héroes de a pie, de dioses de carne y hueso. Cuando en el 72 te acercaste a la gloria continental, de la mano de Scarone, pero el destino dispuso que la Libertadores no se bañe de tu abolengo. Así es el fútbol, qué más da.

Cómo no voy a quererte, si desde de que alzaste tu primera copa, allá por 1929, no paraste hasta convertirte en el más copero de todos. Veintiséis títulos no es un detalle menor, la grandeza también se forja con objetivos cumplidos y tú zanjaste muchos. Aquellos que dicen que los títulos no importan, son lo que no saben lo que es ganar, tú lo sabes y de sobra, te queda poco por demostrar.

Cómo no voy a quererte, si tu estirpe la siento como propia, si tu coraje es el de todo un país, si tu orgullo no tiene techo. La calidad de aquellos que vistieron tu gloriosa camiseta es invaluable: , el ídolo eterno, Alberto Toto Terry y Héctor Chumpitaz, las leyendas que siempre se veneran por convicción. Roberto Chale, Germán Leguía, José Carranza, personas que nos tocó conocer únicamente para confirmar que la gente de la U es de otra raza. Y los nombres no terminan; con la U nunca se acaba.

Cómo no voy a quererte, si tu estadio fue el primero que pisé. El de Breña, el Lolo, y solo en sus gradas me alejaba de la realidad para ser feliz de manera indefinida, la alegría sin fecha de caducidad. Después vino el Monumental, hecho a tu altura y aquellos que insisten en decir que no te pertenece no hacen más que el ridículo, pues ignoran que esta hinchada es local a donde va.

Por todo eso, por la fiesta, por el llanto, por la piel erizada y el pecho al borde del colapso, por la habitación plagada de pósters. Por ese tricampeonato en el 2000, por la vuelta olímpica en los dominios del enemigo, por la gloria de la que el simple hecho de seguirte ya nos dota, por darle a la vida una dosis más de sentido. Por tu grandeza, hoy me quito la camiseta del periodismo y me enfundo la crema para otorgarte, más que un homenaje, un eterno agradecimiento... ¡Y dale U!.

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