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Y se dijeron todo entremezclándose en abrazos. Y miraron donde apunta el nevado: hacia arriba. Universitario revivió en el periplo de Ancash y consumó ese derroche de garra con un vigorizante triunfo, después de cuatro fechas. Solano y Galván apuñalaron antes, uno al medio y otro abajo, cada intento de la Amenaza, sedujeron con dureza y talento a las alturas de la Sierra y de Kukín que se firmaba vencedor en la previa. Y aunque es verdad que todos esperaban a Ñol como un tridente de ataque, hubo otro mucho más muchacho que se jugó un partido perfecto, fue Fito Espinoza, un trabajador incansable que desbordó en el altar de los méritos con 90 minutos de fútbol y un gol que marcaría el empate. Pero la camiseta se borda de angustias para que sea crema, para que sufra. Por eso fue Ancash que madrugó con el primer golpe. Porque de los pies de Kukín la amenaza ahogó a los merengues en el inicio aturdiéndolos con ataques. Ahí Serrano era el más incisivo y si a los 16 se perdió el gol, a los 32 pudo reivindicarse al pescar un error de Villamarín y Galván, tras centro de Kukín por derecha. Gol ancashino y el dramatismo en Universitario amenazaba con opacar el panorama. Pero a los 43, la lucidez y el error se enmarañaron para el empate. Solano habilitó al mexicano Espinoza en un tiro libre y éste remató venciendo a un frágil Eder Hermoza. Ya el complementario fue todo crema, sólo un ataque de disparo a los 4 del complemento de Salhuana vio peligrar la portería de Fernández. El remate remeció el segundo palo y pudo ser la ventaja. De ahí no hubo más la Amenaza. Perillo y Orejuela se encargaron otra vez de despilfarrar el desgaste de Espinoza. Bustamante ingresó por un agotado Ñol y Labarthe por un enojado (consigo mismo, seguramente) Perillo. Orejuela descargaría su fútbol en el parante, cuando a los 8 reventaría el segundo palo de Hermoza de media chalaca, ese fue todo. Cumplió derrochando ganas. Fue en cambio, el Chino Labarthe el que acabó con la angustía, el que desbordó los pechos inflamados de la Trinchera con un el gol de la victoria, fue él quien, en complicidad de un raro despeje de pecho de Hermoza, quebró el respiro de toda la crema para increparle al cielo celeste de Caraz que la victoria tenía rumbo a Lima. Y ese abrazo de Fito con Solano en el primero, se repitió con todos en el segundo, se volvió una amenaza a la locura, un llanto sin lágrimas de los hinchas, y aplausos, aplausos de miles de caracinos que con camiseta del Ancash, aplaudían y aplaudían a los merengues como tributo a su esfuerzo y a ese muchacho loco apodado Chino. Fito, manos en la cintura, sonreía a cada palmada de sus compañeros, quizás conciente de haber escrito en Caraz las mejores razones para quedarse. Él, como todos, tuvo garra y mucha altura, mucha.
