| Hoy es 8 de diciembre. Se cumplen 32 años de la tragedia aliancista en el mar de Ventanilla. Habrá misas, minutos de silencio, pintas, banderas, flores en el mar, canciones conmemorativas… Para mí es un día que no tiene alivios.

Ese 8 de diciembre de 1987 también cayó con el Fokker mi hermano Rodolfo, el fisioterapeuta de . Cuando yo revelo esto a alguien, siempre me pregunta: ¿Y cómo reaccionaste? Les respondo que nadie reacciona cuando le cae un obús en el alma.

Me acuerdo que al día siguiente fui al estadio Alejandro Villanueva, aún no se había encontrado ningún cuerpo. En la cancha habían diseñado con flores los nombres de todo el plantel íntimo. Fui al lugar donde estaba el de mi hermano. Lloré como nunca. Me di cuenta que familiares y amigos de jugadores y comando técnico hacían lo mismo en cada rincón del campo. Solo faltaba remar ante tantas lágrimas. Había tal cantidad de sufrimiento más allá del cual uno creía que era imposible seguir.

Ese 8 de diciembre también nos tiraron misiles a nuestros cielos. Nos quitaron las ilusiones y esperanzas de golpe. Todos eran jóvenes con mucho futuro y sueños. El plantel aliancista era de indiscutible calidad, encabezados por Luis “Potrillo” Escobar, quien estaba rumbo a convertirse en una estrella del fútbol sudamericano y, de pronto, mundial.

Rodolfo era mi hermano mayor. Me acuerdo de sus manos tomando las mías para escribir mis primeras palabras a los 5 años. Me acuerdo cuando me recogió del colegio en 1979 para tomar el micro, viajar hasta el estadio Nacional y ver a Diego Maradona por primera vez en el Perú. Me acuerdo del abrazo del 6 de diciembre de 1987 en la despedida porque se iba a la concentración aliancista, ante de viajar a Pucallpa. “Nos vemos el miércoles para celebrar doble, por la punta de Alianza y por el santo de mi mamá”, me dijo. El 9 de diciembre es cumpleaños de mi mamá y nosotros nos enteramos ese día temprano de la tragedia. Sin canales ni radios con programas de información las 24 horas y menos celulares e internet, supimos de la caída del Fokker casi 12 horas después. Mi mamá esperaba el abrazo de sus hijos ese día en la mañana, pero recibió el pésame. Y un año más de vida se convirtió en una vida menos.

Han pasado 32 años. El dolor sigue existiendo más acá de la distancia.

TAGS RELACIONADOS