El fútbol, ayer, hoy, mañana y siempre, por encima de sistemas y planteamientos, seguirá siendo la pelota y sus circunstancias. Si Palacios no se comía ese gol después de la monumental acción de Ortiz en espacio reducido –negligentemente cambiado luego por el técnico Barreto- y Calcaterra no se iba a buscar cachitos de mantequilla y pan coliza sobre el final, seguramente el 0-0 hubiera decorado el marcador en la primera semifinal disputada en Matute.

Pero ocurrió. Porque también es un juego de toma de decisiones. Con el silbatazo postrero a punto de cerrarlo todo, suena a despropósito dar un pase dividido a un compañero sin ritmo, que reaparece después de muchos meses. Con el árbitro Diego Haro mirando su cronómetro, Beltrán se disfrazó de Sotil para enganchar, tirarla alta y esperar a Fuentes, que parece tener alas en los chimpunes porque por arriba, siempre llega.

En Alianza, el hincha se enamora del sufrimiento pero es feliz. Ya sabe que para ganar, con Bengoechea en el banco, va a tener que respirar hondo para soportar el suspenso. Los partidos íntimos son casi como un thriller que se resuelven, recién, en la última escena.

El ‘Bengocheísmo’ hace de la practicidad su razón de ser. Es más fácil que el técnico íntimo deje el chaleco de lana y la camisa a cuadros que lo acompaña en cada partido desde el triunfo en Arequipa sobre Melgar, antes que cambiar su manera de ver el fútbol. El uruguayo sabe que los partidos se definen en las áreas y en esa zona, su equipo hace la diferencia.

Si como jugador se hizo amigo de la elaboración, la sutileza y le pegaba al balón como si hubiera nacido siendo vecino de Zico y Rivelinho; como DT prefiere que el viaje hacia el gol no tenga demasiadas paradas.

Es un combo difícil de explicar y de digerir, pero es. Guste o no, hay un tema de capacidad que no se puede retacear. Eso hace que el jugador le crea y el hincha, seguramente a partir de esta campaña, también. Veremos si mañana alcanza ese convencimiento para que Alianza se meta, otra vez, en una final.