No hubo oportunismo ni mucho menos viveza de por medio en la élite dirigencial de la selección peruana. No hubo astucia, jerarquía, decisión, oficio. Fue así, de chiripa. Fue gracias a Chile que hoy ganamos en mesa un partido que merecidamente perdimos en cancha gracias a un desastrozo planteamiento táctico de Ricardo Gareca. Como esa mano ilegítima de Ruidíaz para vencer a Brasil en la Copa América, hoy celebramos algo que deportivamente no merecemos.
Nos hacemos los vivos porque las leyes de la FIFA hoy por primera vez nos benefician. Disfrutamos de una muy buena noticia con incredulidad y asombro en la selección peruana, pero no podemos ocultar el cúmulo de errores y experimentos que nos colocan en una posición que sigue siendo complicada en las Eliminatorias.
Perú con estos tres puntos reaviva una ilusión que nunca supo equilibrar Gareca. Los once puntos, es cierto, nos acercan al batallón que lucha por el quinto lugar, pero futbolísticamente hay todavía un agujero negro entre ellos y nosotros. Competimos cinco escalones abajo desde la estrategia y, pese a ello, hemos tenido milagros como ante Ecuador. El resto han sido resultados positivos o negativos, pero siempre con la sensación de haber podido obtener algo más por errores puntuales. Nos ha faltado táctica, pero estamos ganando uno. El terrible dilema consiste en la selección peruana en determinar qué tan preparados estamos para esperar a que esté listo. Esta victoria de escritorio fortalece el discurso de que estamos en el camino correcto, aunque no sea cierto.
Llevamos perdiendo un año y ya vamos a perder otro con la selección peruana. Seguimos convocando a jugadores veteranos, seguimos jugándonos el presente cuando deberíamos ir argumentando un futuro. Los tres puntos emocionan. Sí, y mucho, pero pueden perjudicarnos a la larga si otra vez Gareca, como ante Chile, se siente un equipo grande y arriesga, cuando lo más impresionante debería ser apostar por el rigor de un equipo chico, que es en lo que finalmente nos hemos convertido.