Alianza se impuso a un rival que días antes había recibido una paliza de 6-0 y que en el torneo ya no se jugaba nada. El equipo de Jayo, por el contrario, se jugaba tres veces la vida. Pese a ello, el partido no replicó ese contraste de situaciones. Tuvo, más bien, a un cuadro local con mayor indicio de gol. La dinámica de los intentos fallidos se agudizaría luego. Tan es así, que Butrón repitió como protagonista. Peor aún, Johan Fano tuvo hasta dos opciones claras que desperdició.
El gol se propició, en ambas ocasiones, a partir de jugadas puramente individuales permitidas a partir del moribundo estado defensivo del cuadro cajamarquino. Meritorio Cotrina y aún más Bazán, pero no hubo ahí trabajo táctico, lucidez técnica o efectividad a partir de una ejecución colectiva. No hubo equipo, no hubo Jayo.
Alianza rivalizó con un equipo venido a menos y padeció en todas sus líneas. Pajoy lleva siete fechas sin marcar y solo un tanto en la última docena de partidos. Ibáñez tiene mejor promedio goleador en ese mismo número de fechas. Peor aún, los dos últimos triunfos han puesto en evidencia el fracaso existencial de dos jugadores como Montaño y Manco.
El triunfo, irónicamente, arroja más errores que aciertos. Ayuda porque, además del beneficio obvio, alimenta la confianza de un plantel tan irregular como sorprendente. Advierte grietas fatídicas en el proceso de recuperación de Vílchez, otro de los graves errores que delata la victoria.
Bielsa repetía que es más importante evaluar desde lo merecido y no desde el resultado. Pero esa lectura es aburridísima. Para eso está la otra, la que dice que Alianza ha resurgido de las cenizas bajo la ayuda milagrosa del Señor de Las Nazarenas. Lo más preocupante es que una victoria como la de ayer, bien pudo haberse dado con Mosquera en el banco. Y no es desmerecer todos los huevos que le pone el equipo. Pero la selección también le pone muchas ganas y mira dónde estamos.