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El fútbol es el reflejo del alma de una sociedad. Ni más ni menos. Creo fervientemente que el fútbol puede ser un deporte que hace brotar nuestras más íntimas miserias, pero también aviva nuestras más nobles alegrías y nos hace unirnos en torno a una pelota de fútbol.
La violencia, la informalidad y los malos manejos dirigenciales no son endémicos del deporte rey. Actitudes similares se ven a diario en ámbitos tan disímiles como el Congreso de la República y el Metropolitano. Ahí donde haya gente congregada, veremos lo mejor y lo peor de nosotros mismos.
Un informe periodístico de ‘Cuarto Poder’ denunció que la gran mayoría de jugadores extranjeros en el Perú no cuentan con visa de trabajo, lo que representa una falta grave de parte de los clubes, supuestamente profesionales. Vicios que de un tiempo a esta parte se han convertido en episodios cotidianos, parte del paisaje diario de nuestro balompié.
Agentes que buscan sus intereses privados y no el de sus representados, dirigentes en busca de dinero y poder, clubes que deben millones al fisco, vándalos que usan al fútbol como excusa para fomentar y practicar la violencia más salvaje y hasta equipos que, en el colmo de la precariedad, no aseguran a sus jugadores en caso de un accidente. Hace un par de años, Yair Clavijo murió ante la falta de un desfibrilador en la ambulancia que lo trasladaba de Urcos al Cusco. Meses después, hinchas del Garcilaso son castigados luego de insultos racistas contra el brasileño Tinga. Hace apenas unos meses, se hizo público un convenio en el que la dirigencia de Alianza Lima conminaba -bajo pena de multa- a no declarar sobre asuntos del club, en una muestra increíble de hasta dónde puede llegar la informalidad y desconocimiento en nuestros dirigentes. Como colofón, hace apenas un mes el técnico colombiano Reinaldo Rueda anunció su declinación a ser el nuevo jefe de la unidad técnica de la selección peruana, tras comprobar la poca seriedad de los directivos de la FPF que no supieron plasmar en un precontrato lo hablado en una reunión previa.
El problema no es el fútbol, sino nuestra sociedad. Por ello es imperiosa la voluntad política de atacar la informalidad en todas sus formas. Hace bien la Dirección de Migraciones en no hacerse de la vista gorda y denunciar las irregularidades de los clubes locales. El día que el país entienda que las reglas deben cumplirse, que la ‘criollada’ sale cara a largo plazo y que la ‘viveza’ no está en encontrar el camino más rápido sino en saber llegar, no solo nuestras ciudades serán más seguras y habitables, sino que el fútbol, nuestro fútbol, podrá de una vez por todas resurgir.
