Universitario de Deportes pagó cara la resaca del éxito efímero de adjudicarse el Apertura. Un éxito soso y casi inservible, meritorio y destacable por donde se le vea; pero más simbólico que trascendente para fines prácticos en nuestro pintoresco Descentralizado.
El arte de festejar para nada debe ser motivo de flagelo, de más está remontarnos a las raíces profundas y antiguas de la celebración para asegurar que la alegría tiene su representación en el desborde mismo, en el exceso y la lucha permanente con los límites que el propio cuerpo nos impone.
Es por ello que sentenciar a un equipo por irse de fiesta carece de sustento en sí. La fiesta no tiene la culpa de nada. Si la 'U' ganaba el domingo, la noticia era el triunfo y la imagen de los miembros del plantel festejando en un cumpleaños no hubiese sido más que la manifestación elocuente de la unión imperante en el líder del campeonato.
Pero no, la 'U' jugó su peor partido en lo que va del año y lo más fácil era apuntar a la alegría de los vasos rebosantes de licor, la tentación de la noche y el potencial desmadre producto de la emoción. Porque la 'U' juega mal gracias a un festejo, porque acá se explican las cosas de la manera más fácil, con las herramientas de la inmediatez.
Lo que llama la atención es la respuesta de la 'U'. “Mis jugadores son sanos”, dice el 'Puma' Carranza, dando por sentado que el acto de festejar responde a un desorden mental, a un patología adversa, o a alguna insuficiencia en las capacidades del hombre.
Lo más fácil y sincero —que son dos características primigenias en los discursos de Carranza— era reconocer que hubo un par de festejos a mitad de semana que pudieron haber condicionado el juego o pudieron no hacerlo. Pero que, por encima de todo, se padeció un cuadro severo de exceso de confianza (por demás entendible), pero que agarró mal parado al equipo. Es ahí donde la figura de la impunidad no se comprende, porque cuando se viste de corto hasta la elegancia pierde.