Empezó la cuenta regresiva para uno de los momentos más emocionantes en la historia del deporte nacional. La selección peruana, ausente por treinta y seis largos años, volverá a decir ‘presente’ en una justa mundialista. Será este sábado, en el Mordovia Arena de Saransk, ante el complejo equipo de Dinamarca. Con una dinámica de juego aprendida, la elaboración cómplice con la memoria y las ganas enormes de seguir haciendo historia, la delegación guiada por Gareca ilusiona a tope. Grandes y chicos examinan con extremo detalle, una y otra vez, el fixture, argumentan posibles resultados y ubicaciones teniendo a la fe y los números como circunstancias para llegar a octavos. La fiebre mundialista es inclemente y atropella toda conversación. Es el tema recurrente donde sea, con quien sea.
Se vienen días intensos, para disfrutar, sufrir, alentar, desahogarse. Hay magia, mucha, en todo esto. El pitazo inicial ha de ser, muy seguramente, razón de llanto. Cantar el himno, una sonrisa mayúscula con un kilo de nervios. Será brutal para grandes, muy grandes y chicos. ¿Y el equipo? Esperemos que reaccione bien ante el impacto emocional que ha de significar jugar por primera vez una Copa del Mundo. El clima en el Mordovia Arena debe ayudar, con tribunas rebosantes de rojo y blanco, cánticos en nuestro idioma y una empatía absoluta con el aficionado ajeno a la riña ocasional del partido. Somos, me parece, el antagónico de la selección de Chile, a la que casi nadie pasaba. Tal parece que nuestra selección se ha ganado ya desde las redes sociales el cariño absoluto del resto de participantes. Puede que sea normal eso, los grandes siempre recurren al afecto natural por los que -a primera lectura- poco tienen que perder en una lid hecha para moles.
Nos espera sufrir mucho, sí. Pero si algo hemos aprendido desde la grada y el verde es a sufrir. Llevamos más de tres décadas templando el carácter para decir que sí podemos. Y esta selección, la de Gareca, la de Paolo, la del ‘Orejas’, la de Cueva, la de Tapia, la de todos; esta selección puede. Pase lo que pase, será un mes memorable. Agitado, con fatiga, con desbordes de ilusión, de lágrimas, de llanto. Con alegría, nostalgia y muchas pero muchas horas de adrenalina. Tenemos equipo y garganta para alentar hasta el final. Porque, como alguna vez dijo Pelé, cuanto más difícil es la victoria, mayor es la felicidad de ganar.