El inexorable retorno de Jefferson Farfán a la selección peruana para hacer frente a Argentina y Chile, me recuerda aquel episodio, durante las Eliminatorias para el Mundial Corea-Japón 2002, donde conversando con el entonces técnico ‘Pacho’ Maturana le pregunté si le preocupaba que la UEFA ceda con pocos días de anticipación a los jugadores que militaban en el extranjero, entre ellos Nolberto Solano, volante del Newcastle United, a lo que el colombiano con sabiduría me contestó: “Mire Omar, yo prefiero que ‘Ñol’ juegue el domingo en Wembley contra Manchester United, acabe el partido, vaya derecho al aeropuerto, tome el vuelo hacia Perú, llegue al Jorge Chávez, coja otro taxi derecho al Estadio Nacional, baje al vestuario, se cambie la ropa y jugue... Porque si llega antes..., se peruaniza”.
Fue entonces que reflexioné lo que el ‘Pacho’ Maturana llamaba ‘peruanizar’: cevichito, chelitas, salsódromos, amigas, la noche a pleno, etecé; licencias a las que estaban acostumbrados los ‘extranjeros’ en cada convocatoria, donde en vez de estar pensando en jugar por la selección, hacían planes para reencontrarse con toda su ‘batería’ en plena Eliminatoria.
Jefferson Farfán es más peligroso estando aquí, que jugando en el modesto torneo de Emiratos Árabes, entre camellos y pozos de petróleo. Sus rezagos de calidad son indiscutibles y coincido con Juan Carlos Oblitas que su sola presencia le daría jerarquía a la selección frente a la Argentina de Messi y el Chile de Alexis Sánchez y Arturo Vidal, pero ojo, no lo dejen que se ‘peruanice’, porque el compromiso con nuestra patria está por encima de todo.
De un tiempo a esta parte, Jefferson Farfán ha aparecido más en programas de farándula que en los deportivos, en páginas de espectáculos, más que en las de fútbol. En amanecidas en salsódromos acompañando a su pareja, que descansando en su casa para recuperarse y jugar por la selección. Si viene Jefferson enhorabuena. El ‘Tigre’ tiene la palabra.