Los termómetros tiritan de frío. Comienza el año 2010, y en Madrid el invierno golpeaba de forma rabiosa. Las calles y avenidas de la ciudad permanecen desiertas, pero en las casas, bares y oficinas, la sola mención de un tema hace que la temperatura suba de pronto. Ya todos lo saben, aunque faltarán las voces oficiales y la parafernalia tan propia de los eventos trascendentales.José Mourinho, el técnico más ganador de la actualidad y tricampeón del calcio italiano con el Inter de Milan, recalará -irreversiblemente- en el Real Madrid la temporada próxima. Una noticia que se venía cocinando desde hacía tiempo, pero que recién ahora, a inicios de febrero, parece ser un hecho consumado del todo. La sonrisa de Florentino Pérez parece confirmar la buena nueva. El entrenador más exitoso del nuevo siglo se convertía así en el piloto de un equipo lleno de estrellas, que se proyectaba como el nuevo rey de Europa.Han pasado tres años desde aquella dulce bienvenida, y hoy Mourinho pareciera salir de Madrid con la mirada enterrada y por la puerta falsa. Para un técnico de la talla de Mourinho, haber ganado la liga -en desmedro del multicampeón Barcelona- y obtener una Copa del Rey son apenas premios consuelo. Para nadie es un secreto que el portugués tenía como misión urgente llevar al Madrid a su Champions League número 10. La tercera en su cuenta personal. Un sueño que se tornó en obsesión y que hoy buscará al mando de otro barco: el Chelsea inglés, el otro equipo con el que no pudo coronarse rey de Europa. Para Mourinho las deudas pendientes se saldan. Así que no sería raro que en algunos pocos años pegue la vuelta a Madrid.Los propios hinchas madridistas, tan proclives a los extremos [o rinden pleitesía u odian con animosa furia] se hallan desconcertados ante la partida de quien creían estaba llamado a ser el líder que los encumbraría y vestiría de gloria. No lo odian, porque saben de antemano de su valía y capacidad, pero tampoco parecen sufrir con la partida del luso. 'Hasta la vista, Mourinho', le gritó un aficionado el último domingo en el Bernabéu. Y el portugués, sonriente, alzó pulgar, como asintiendo. Como intentando explicar que era hora de partir, y que quizá algún día, pronto, será tiempo de volver a saldar viejas deudas.