Mendoza guarda una serie de recuerdos imborrables e insustituibles de nuestro paso por esta Copa América, tanto en lo periodístico como en lo personal, porque acompañamos a esta selección peruana cuando nadie creía en ella y con poco ha logrado mucho más de lo que sus expectativas señalaban. En el Grupo C se vio el fútbol más compacto de esta Copa y donde Chile, sacó a relucir su localía fronteriza, su fútbol atildado para la tribuna con Borghi, pero lejos de la verticalidad que tenía con Bielsa. Uruguay, cuarto en el Mundial, tuvo que estudiar bastante y sacar su historia para sobreponerse de un sorpresivo comienzo ante Perú y ahora será el exigente examinador de la Argentina de Lionel Messi. México y sus chavitos del escándalo llegaron sólo para lavarse la cara, para intentar animar su participación en este grupo y terminaron yéndose como la Cenicienta. Finalmente, Perú, un equipo en construcción, sin sus principales figuras, que arribó a Mendoza con la etiqueta de frágil, supo componer una idea futbolística y una mística procesada por su entrenador Sergio Markarián, basado en la tenencia de la pelota, en la posesión del terreno de juego y en saber articular un ataque letal, teniendo como estandarte a Paolo Guerrero y como lugarteniente al Loco Vargas. Y ayudó a forjar el espíritu la dureza de los climas de Mendoza y San Juan, porque diez grados bajo cero no es poca cosa, así como muchos de los rivales nos subestimaban, sin dejar de lado el hecho de sentirnos visitantes ante tanta presencia chilena en el lugar. Por eso creemos en esta selección, porque cada partido que pasa es su presente, pero desde ya está escribiendo su futuro. Ese camino largo llamado clasificatoria nos debe llevar a un Mundial, independientemente de esta Copa América 2011, donde a propia confesión de los jugadores, todavía tenemos algunos partidos por jugar. Adiós Mendoza, de los vinos, las carnes, de las calles con paciencia absoluta y bellas mujeres. Ahora hacemos las maletas para irnos a Córdoba, para seguir escribiendo esta historia.