En una tabla de merecimientos, quizá Perú se ubicaría algo más arriba que en la que hoy se evalúa lo conseguido. La temprana eliminación de una nueva justa mundialista es responsabilidad principal -pero no única- del técnico Ricardo Gareca. Lo es también, por ejemplo, de quienes vieron en el argentino a un técnico calificado para liderar un grupo muy complicado, en un contexto muy crítico y en circunstancias muy severas. O sea, ya, que venga y haga sus pininos como seleccionador no es un crimen. Otros lo han hecho y el azar les ha dado el éxito. Sin embargo, la aguda situación del fútbol peruano no daba para hacer de la selección un laboratorio de prueba y error.
No estaba y no está. El trabajo de Gareca es cuestionable por todos los flancos. Tener todavía cierta esperanza de que con el llamado de Farfán, el equipo pueda repotenciarse, es ya señal de que el seleccionador no ha sabido componer un equipo que pueda dar un paso adelante. Y ojo, ahí algunos apuntan a la poca diversidad de jugadores y al chato nivel de los mismos. Pero es justamente en ese escenario en el que urgía un veterano de guerra que sepa maximizar las carencias individuales en la fortaleza colectiva. Es como comprar un hacha y pedir un corte de cirujano.
Gareca hizo lo suyo: tentar a la suerte como quien tienta en su primera vez. Si acierta, bien. Y si no, pues queda un aprendizaje que puede utilizar en el futuro. La inutilidad de tenerlo se advierte precisamente en ello: la amplia libertad para equivocarse, propia de su estreno, colapsaba con la urgencia de cometer el mínimo error para la selección peruana.
Hay quienes están convencidos de que Gareca debe seguir hasta Qatar 2022. Para ello, minimizan sus errores tácticos y sobrevalúan la experiencia lograda de haber agarrado un fierro caliente. El dilema tal vez está en que hemos perdido más de lo que hasta ahora hemos logrado. En números no hemos logrado nada, en el “recambio”, tampoco. Prueba de ello es su precipitación por Lobatón y Rodríguez, e incluso el dilema Farfán. Jugadores del pasado con el que nos vende el cuento del futuro.