Para nadie es un secreto que Alianza Lima atraviesa un periodo de incertidumbre. Más allá de que el técnico y los propios jugadores intenten amagar el temporal con frases de estímulo, lo cierto es que el equipo de Mosquera no sabe lo que es ganar en casa desde hace mucho y eso, para ningún plantel del mundo, es saludable.
Apoyarse en las reglas de un torneo que, por momentos, es inexplicable para bajarle los decibeles a un innegable pésimo momento no habla bien de la percepción que se tiene de un problema tan complejo en el club victoriano. Decir que estar “cerca” de los cuatro primeros lugares es bueno se torna lamentable cuando los colores que ostentas son blanquiazules.
Pero más allá de toda esta avalancha de críticas hacia la falta de tolerancia de una hinchada lastimada y ansiosa de triunfos, y la poca paciencia que le puede tener a un excelente profesional de caracter particular como Roberto Mosquera, se esconde una realidad que jamás debió ocultarse por mostrarse como el más grave de los errores de la presente gestión: Alianza no tiene respuesta en defensa.
Este detalle pasó desapercibido mientras la regularidad de Forsyth duró, pero en el clásico, cuando el portero tuvo una mala noche, los fantasmas íntimos quedaron al desnudo. Guizasola jugó gratis, no solo porque debió irse expulsado, sino porque su aporte fue nulo. El nivel de Araujo ha decaído de manera inexplicable, a tal punto que su presencia ante la ‘U’ ni se notó. Duclós es un buen prospecto y cuando Trujillo ocupa su lugar, pues empiezas a extrañar al prospecto. Por último, el llamado a ser el líder de esta defensa, Walter Ibáñez, viene de ser suplente en la U. Católica de Chile y en Alianza, sin goles, no es ni la sombra del jugador regular que alguna vez capitaneó a este equipo.
Así las cosas, la Administración íntima -con la venia del comando técnico- se esmeró trayendo al goleador de la temporada pasada, ‘repatriando’ a Vílchez y Montaño, y jalando a un delantero de fuste como Pando, pero se olvidó de su defensa, se zurró en una de sus zonas primordiales y hoy paga cara esa osadía.
Roberto Mosquera dice, cada vez que los resultados no están con él, que no teme perder su trabajo. Bien por él, a lo que debería temerle es a perder porque solo así empezará a ganar. A Alianza no le sirve su entereza para asimilar un supuesto despido, lo que este equipo demanda es dejar de asimilar fracasos año tras año y eso, hoy por hoy, es un asunto de su entera responsabilidad.