A uno se le antoja que Carvallo corra con mejor suerte, que hayan diez más como él, que no tenga que pagar por la negligencia de uno de sus centrales, que su actuación monumental no termine confinada al rincón ineludible que le otorga la derrota, ese espacio triste, opaco y frío llamado olvido. Porque una actuación como la de ayer enaltece la figura del portero crema, pero el resultado final no hace más que confirmarnos que la U es el negativo de lo que fue el año pasado, la versión sin HD del equipo que a todos tapó la boca, un remedo del campeón.
Equipo sin conexión
Universitario engañó en el primer tiempo, sembró la duda con un juego que insinuaba, que lucía vertical y ambicioso. Ruidíaz avisaba a los nueve minutos y el campeón parecía asomar la cabeza en el Hernando Siles. Mantuvo ese ritmo a lo largo de los primeros 45.
El juez Quintana se comió un gol válido a poco de que se acabe el primer episodio. La pelota había cruzado la línea de gol pero Duarte igual la despejó para alimentar la confusión arbitral.
Ya en el complemento, ese coqueteo de esperanza desapareció; las taras del equipo crema relucieron más que nunca, un equipo largo y abierto, desordenado.
A la falta de efectividad que mostró Carlos Olascuaga en la primera parte se sumó una pérdida de físico que mostraba a un delantero torpe y con cero vértigo, un elemento innecesario, caduco.
La defensa crema comenzó a revelar cansancio y falta de concentración. La cancha empezó a inclinarse a favor de la casa, pero Carvallo resistía con hidalguía, con una grandeza forjada en base a la mediocridad de sus compañeros. Pero todo aguante tiene un límite, y en ocasiones ese límite se supera dentro de esos noventa minutos. Es eso lo que decide los partidos, es la manera indirecta pero significativa en la que la justicia se esfuerza por encontrar un espacio en ese universo regido por la ilógica y, muchas veces, gobernado por el azar.
Fue a los 26 minutos, cuando un despeje amateur de Néstor Duarte determinó el partido y derrumbó el castillo que Carvallo había construido. Un taco sin ton ni son, un lujo involuntario -esperamos- que hasta ridículo no paró. Y así Diego Wayar encontró la pelota acercándose a él y de furibundo zurdazo terminó con la resistencia del portero merengue para darle la victoria a The Strongest y desplazar a los de Comizzo a un vergonzoso último lugar en el Grupo I de la Copa Libertadores.
Lo que vino después fue el intento de una U sin armas por no sumar un nuevo papelón, por parecerse siquiera un poco al campeón que, se supone, es. Pero nada, la suerte estaba echada.
Extrañando a la U
Las cosas están claras, Universitario no le tuvo respeto a la responsabilidad de ser campeón, se reforzó mal y por la calidad de sus fichajes queda claro que la Copa Libertadores ni siquiera es una obsesión.
Es triste porque, al contrario de lo que muchos postulan, lo de Comizzo el año pasado no fue cuestión de suerte, sino de trabajo elaborado. El año pasado hubo un equipo, existió compromiso y responsabilidad, se venía de abajo para lograr grandes cosas. Ahora se usa el estandarte de grande de manera negligente. Los cremas se duermen en sus nebulosos laureles y una Administración Temporal a la que tanto se le reconoce tendrá que saber asimilar todo lo que se le viene. Es el precio de esas malas decisiones, de creer que a la U siempre le bastará con ser la U.