El estadio Monumental será el escenario de la primera final única de la Copa Libertadores.
El estadio Monumental será el escenario de la primera final única de la Copa Libertadores.

Vivir eventos de la magnitud de una Copa del Mundo, Copa América o final de Copa Libertadores, no tienen precio. Las emociones se desprenden de uno, al natural, casi sin percatarse. El corazón se acelera como un Ferrari, que va de 0 a 100 km en 2.9 segundos. Sin embargo, hechos, sucesos, mala suerte, cosas del destino, o pónganle el nombre que quieran opacan, en ocasiones, eventos increíbles, como el River Plate versus Boca Juniors del 2018.

Una piedra –o varias- chocaron con la luna del bus que dirigía al plantel de Boca Juniors al estadio Monumental, por la vuelta de la final de la Copa Libertadores. Ese movimiento de brazo de un hincha, paralizó a Argentina, el mundo y por supuesto dicha final.

Por tal razón, y desde este pequeño espacio, me atrevo a revelar mi periplo por dicha final, denominada “La final del Mundo”, para que –si llega- los hinchas entiendan que la pasión no debe extralimitarse, sobrepasarse, porque si bien el fútbol no solo es un deporte, tampoco es un campo de batalla.

Gran ambiente

Cuando el avión ingresó a la zona aérea de Argentina, el cielo se nubló se rojo y blanco y de azul y oro, luego de que hiciera una parada obligada en Santiago de Chile. El país del buen vino, la sabrosa carne, gruesa y jugosa, y la cumbia villera vivía, en aquel mes de noviembre del 2018, una de las finales jamás imaginadas. Ni los astros, los brujos y menos Nostradamus escribieron sobre un River Plate - Boca Juniors. Los dos equipos más importantes de la Argentina iban a disputar una final de Copa Libertadores. A lo mucho se habían visto las caras en semifinales, pero en la última fase, jamás. Claro, hasta el año pasado.

Con un pie en el aeropuerto de Ezeiza, las camisetas del equipo ‘Millonario’ salieron a relucir como si fuera el día del partido. De camino a hotel donde me hospede, el taxista, futbolero como muchos, me pregunta: “¿Che, cuál es el motivo de tú estancia en Argentina?”. Respondí que solo viaje para cubrir la final de la Copa Libertadores. Justo dio un semáforo rojo, voltea, me mira y me dice: “Que suerte la tuya. Acá tenemos muy pocas chances para comprar una entrada”. Solo asentí, sin saber muy bien qué responder.

Viernes 23 de noviembre del 2018. Faltaba un día para la vuelta. Era hora de asegurar la credencial, que tenía que recogerlo en el estadio Monumental. De colegiales, barrio en donde me quedé, hasta el barrio de Núñez, uno lo podía hacer en 20’ en bus o 40’ caminando. Decidí caminar, ver la zona y conocer qué ruta me deparaba hasta el recinto. No tuve problemas de ningún tipo, al menos ese día. Con el papel de prensa, que me aseguraba un lugar en la final, me retiré, sin antes dejar grabado en una foto mi presencia en el mítico estadio.

Locura, pasión descomunal y delirio

Llegó el día del partido. Decidí, otra vez, caminar desde colegiales hasta el estadio Monumental. Desde que salí de la puerta del hotel, se respiraba ambiente de clásico. Tras uno minutos caminando, los locos de River Plate poco a poco comenzaban a reunirse. Cánticos, banderas, cervezas, camisetas con la franja en el pecho las veía como un enjambre de abejas. Caminé junto a ellos, y hasta allí todo bien, casi normal, como se ven comúnmente en Perú.

Pero todo cambió a unos metros del estadio. La Calle Udaondo se encontraba repleta de hinchas. Unos saltaban encima de un kiosko, otros encima de un anunció de nombre de su market. Choripanes de un lado, policías del otro. Llegó el momento de cruzar los cuatro controles de acceso antes de caminar libremente hacia cualquier dirección en las afueras del estadio. Pase sin problemas. La credencial es la llave de ingreso al paraíso. Su selfie respectiva con el fondo del escenario donde se iba a disputar la final.

Pero de pronto, un grupo de hinchas, a un lado del estadio, se reúnen. Observo y tengo un mal presentimiento. Minutos después, corren hacia uno de los ingresos al estadio sin entrada en mano, ebrios y locos por ver la “Final del Mundo”. Prendo el celular y grabo. Las imágenes son graves: hinchas con la cabeza rota, niños y niñas asustados y llorando, gente mayor resguardándose. Un alboroto. Empecé a ponerme nervioso, pero imaginaba que era algo normal y natural. La policía repartía palos y echaba gas pimienta como si fuera arroz en un casamiento.

Solo unos minutos después, otro grupo hizo lo mismo, pero esta vez me acerqué para tener una mejor toma. Pero cometí un error: estuve muy cerca a la arremetida de los hinchas. Giro, de miedo, y pum, un policía me tira gas pimienta directo a los ojos. Quedó desconcertado. Temo lo peor. Se me pasó mi vida en diez segundos. Respiro y camino con la cabeza abajo hacia una ambulancia. Me dicen que no me rasque y me eche agua en los ojos. Lo hago y merma el ardor. Quedo parado preocupado, pensando en todo lo que sucedió.

Para colmo de males cierran todos los ingresos del estadio. Para ese momento, el bus de Boca Juniors entraba al estadio Monumental con las lunas rotas y algunos jugadores afectados. No me enteré hasta que amigos cercanos me avisaron por whastapp. Pensé que era un evento violento más en Argentina, y que no iba a suceder nada. Tras media hora en la zona del ingreso a prensa, entré al Monumental estadio. Si tengo algo que decir del recinto es que es imponente.

Medios deportivos sin poder ingresar al estadio Monumental.
Medios deportivos sin poder ingresar al estadio Monumental.

En los televisores que están por debajo de una de las tribunas, las cadenas más importantes informan que la final está en duda. River Plate quiere jugar. Boca Juniors no. Espero tres horas, impaciente, pero optimista. Sin embargo, por los autoparlantes anuncian que el encuentro queda suspendido para mañana (domingo 25 de noviembre). Después de enviar fotos y videos, salgo del estadio Monumental. Me devoró una pizza familiar yo solo, con una cerveza, en el restaurant Imperial. Era momento de descansar y pensar en el día siguiente.

Llega el domingo, y mientras camino y sobrepaso las vallas para ingresar al estadio Monumental, veo salir a los hinchas. Pregunto y me responden: “Se suspendió. Es una vergüenza”. Doy vuelta y camino rumbo al Obelisco masticando mi bronca. Paseo por la Casa Rosada maldiciendo al aire. Reniego como nunca. No lo creo. Nadie lo cree. Pero 365 días después de esa fatídica final, tengo mi revancha, ahora en Lima, con River Plate como protagonista y Flamengo como su contrincante. Seguramente no es un River-Boca, pero es una final de Copa Libertadores que nadie jamás imaginó que se jugaría en Lima. Ahora, después de todo, queda disfrutar.